sábado, 26 de noviembre de 2016

ENERGÍA

Creo firmemente que el mundo se mueve por diferentes tipos de energía.

Hay personas que son tóxicas, que no saben fluir con la vida, y todo lo llenan de sufrimiento, quejas y dolor. Quizás no saben canalizar su energía o sintonizar con el resto del mundo, pero todo lo que aportan es malo. Y no porque carezcan de algo bueno que ofrecer a los demás; siempre reside una parte buena en cada persona, pero no todos saben utilizarla, o simplemente no quieren.

Y después estás tú. Eres buen rollo. Eres sonrisas tontas que inevitablemente se escapan cuando eres tú en tu más pura esencia. Eres energía positiva cargada que me llena de ganas de vivir. Eres mis ganas de verte, de hablar contigo aunque para ti no signifique lo mismo que para mí. Eres pura luz en un mundo contaminado y oscuro. Iluminas tiempos difíciles y me provocas pánico, porque no sé lo que haré cuando dejes de compartir momentos conmigo.

No sé lo que serás dentro de un tiempo, pero por ahora, eres todo lo que ya no pensaba que fuera posible. Eres magia.


viernes, 20 de mayo de 2016

Déjame ser.

Déjame ser. Es lo único que te pido. Quiero ser yo. Quiero dejar de escribirlo y pensarlo. Adoro mi capacidad para volver a intentarlo siempre una vez más cuando todo sale mal. Y es que nunca sabes si ese intento extra puede ser el acertado. 
Me encanta afirmar que a repetitiva no me gana nadie, porque si algo no me sale como lo había planeado, aunque a veces necesite tomarme tiempo para reflexionar y permitir que la tristeza me inunde, sé que al final siempre voy a resurgir. Y es que así es como soy. La más negativa en lo que respecta a mis asuntos, perfeccionista hasta puntos inimaginables, insospechadamente ambiciosa por conseguir mis sueños, tan meticulosa, que me hago daño. 
Pero también soy la más positiva cuando se trata de ayudar o escuchar a los míos. Y no les repito siempre lo mismo porque les quiera, porque ser positiva sí, pero la mentira es la cosa más inútil que existe, y el tiempo, que es lo más valioso, no ha de perderse en inutilidades. Creo en "mis personas" y confío al máximo, y me gusta recordarles continuamente que pueden con todo, que lo que desean en su vida está a un paso de su zona de confort, que lo difícil no es conseguir sus metas, si no atreverse a empezar a caminar.
Sin embargo, llevo demasiado tiempo diciéndoles a los demás que son capaces. Veintidós años creyendo en todos pero nunca en mí, han sido suficientes. Y me digo una vez más que escribirlo es inútil si no logro exteriorizarlo. Pero este es, supongo, el primer escalón a subir para empezar un cambio. Esta no será otra de esas veces en las que escribo para desahogarme pero no pongo nada en práctica. Esta vez no. Estoy cansada de que mi mente me atormente en todo momento. De ir a la playa y que esa voz interna me diga "Aida, estás gorda, no disfrutes del paisaje, camina con vergüenza por la arena, mira al resto de chicas y sufre por no tener un cuerpo similar al suyo, métete con timidez e incomodidad en el mar, mira hacia abajo, que no te vean, sé invisible".
Lo siento de veras, "queridos" pensamientos, pero hasta aquí llegué. Y ya que esto se trata de cambios, dejadme deciros que sí, que estoy gorda. Que vale ya, que no quiero volver a oír "qué guapa eres de cara", que sé quién soy, y sé como soy. Y la palabra no es "rellenita", ni "gordita", ni "con unos kilitos de más". Lo que estoy es gorda. Y siempre lo he visto como un insulto, siempre insultándome como me insultaban los demás. Pero ya no. "Gorda" no es un insulto, no cuando no permites que los demás lo conviertan en eso. "Gorda" es una característica física. Y no es algo de lo que avergonzarse. La gilipollez extrema sí lo es. Las malas personas sí lo son. La falta de humildad, lo es. Pero no el estar gorda. Por supuesto que esto no significa que tenga que ser algo que me guste, y de hecho, no me gusta, pero si algo de tu cuerpo no te agrada, la solución es tratar de cambiarlo (siempre con salud), pero no destruírte. Hay que cambiarlo con calma y esfuerzo, porque nada que merezca la pena se consigue rápidamente. 
El truco está en ir disfrutando el proceso, en aceptarte aunque sea algo que no elegirías tener por voluntad propia, porque es tuyo. Muy tuyo. Y porque quizás eso que a ti te disgusta, pueda ser algo que otra persona ame. 
Porque sí, señores, a las gordas, también pueden querernos, y nosotras también podemos tener autoestima, porque tenemos más carne de lo normal, pero no valemos menos. El valor de una persona se mide en su humildad, en los hechos, en lo que hace por los demás y por sí mismo, en cómo trata al mundo. "Uno es lo que hace, y no lo que dice que hará".
Así que desde la parte más consciente de mi mente, la que me hizo descubrir que escribiendo es cómo mejor me comprendo a mí misma y entiendo un poco esta loca vida, me pido, a mí misma: déjame ser.

martes, 17 de mayo de 2016

Ella.

Ella sólo quería ser feliz. Cuando era niña no tenía del todo claro el significado de esa palabra, pero suponía que la felicidad era todo lo que te hacía sentirte bien, así que la pequeña había decidido perseguir exactamente cada cosa, persona o momento que fuera agradable y positivo para ella. 
Al principio creía tener claras las cosas que le hacían feliz: pasar tardes de domingo con su madre, la Navidad, la familia reunida en nochebuena y los regalos en el día de Reyes, intentar que su padre le hiciera algo más de caso, jugar con sus muñecas, -sus queridas Bratz-, escribir una historia que tratase sobre mitología asturiana, conseguir como novio a su chico favorito de la clase, -que no era el más guapo, pero era el más simpático, y prácticamente el único que se portaba bien con ella-, escribir en su diario, tener un perrito… Pero con el tiempo, conforme fueron pasando los años, el significado y la búsqueda de la felicidad se hicieron cada vez más confusos y difíciles de encontrar. La niña fue creciendo, y cuando llegó la madurez, comprendió que lo que tan miserable y sola la había hecho sentirse en sus primeros años de vida, no era tanto la carencia de seres queridos o de juguetes, como la falta de confianza en sí misma. Ella había aprendido a querer a quienes la querían, sin embargo, tenía una forma peculiar de demostrarlo, porque a pesar de que no le había faltado cariño, jamás le enseñaron a demostrar abiertamente sus sentimientos, así que aunque le gustaba contar cada pensamiento que pasaba por su mente, no sabía querer sin miedos. Pero sí quería, quería de verdad. Y eso lo había aprendido de sus padres y de su abuela, que había sido su segunda madre. Su problema era diferente, podría decirse que confiaba en todos, en todos menos en ella misma. Algunas personas habían contribuído desde que la niña era muy pequeña, a enterrar en lo más profundo de su corazón todo afecto que ella pudiera haber sentido por sí misma, por eso se veía siempre como un ser inferior, como alguien destinado a vivir siempre en un segundo puesto, una última opción, algo menos válido y completamente reemplazable. 
La madre de la pequeña sufría muchísimo, porque no entendía cómo su hija, sangre de su sangre, de la que tan orgullosa había estado siempre, podía verse a sí misma como algo tan ínfimo cuando para ella significaba todo su mundo. 
Cuando la niña se convirtió en mujer, este sentimiento sombrío y doloroso creció con ella, acompañándola siempre a cualquier lugar, formando parte de todos los momentos más importantes de su vida. Por suerte siempre existió la esperanza, la cual no es únicamente cosa de cuentos, sólo hay que saber cómo encontrarla y hacia dónde mirar, porque existe. La niña ya convertida en mujer, no tenía autoestima, pero sí una esperanza que la llevaba siempre a intentar, al principio su miedo era más grande y superior a su esperanza, pero poco a poco ésta empezó a tomar las riendas de su vida. Así que ella se propuso empezar a vivir, descubrir qué pasaría si se tomaba más tiempo en disfrutar cada pequeño momento, en exprimir cada sonrisa, cada abrazo, cada canción… Que en lamentarse por todo lo que no tenía, por lo mal que lo había pasado y por quienes ya no estaban en su vida. 
Aún desconocía la respuesta a esta aventura, aún sentía tristeza, se sentía sola muchas veces y algunos días pensaba que la esperanza había huido de su vida y que ya nada merecía la pena, pero como decía su tatuaje, había nacido para ser valiente y tenía que intentarlo, porque en el fondo de su alma tenía claro que la vida podía ser maravillosa. Y a pesar de que tuviera que esforzarse de una forma inhumana para VIVIR, para disfrutar y para hacerse valer, ella sabía que sonreír era lo único que le quedaba en su camino a la felicidad, porque ya estaba muy cerca, porque había conseguido aprender a quererse un poco más y porque el viaje más importante de su vida no había hecho más que empezar.